Doña Cándida Abrahams nos recibe sentada en el porche de su casa nueva en San Juan. A un lado, un bastón que, a sus 77 años, la ayuda a caminar, pero sin impedirle valerse por sí misma.
Sus ojos brillan con la picardía que la caracteriza.
Hablar con esta bisabuela es sentirse un poco regañado, como si el peso del conocimiento que solo da la edad golpeara en todas sus frases. Nació el 15 de julio de 1944 en Providencia y fue criada por su abuelita, doña Juanita Newball, quien le enseñó a coser y a cocinar, dos de los oficios por los cuales ha logrado subsistir económicamente.
“Dame cualquier receta y la hago. Te hago rondón, hago pudín con piña volteada, bun, unos negritos que se llaman soda cake. Todo eso hago y más”, asegura. El bun es un pan dulce que se come en la isla, mientras que el soda cake es una galleta que se hace con miel de caña o panela.
Durante toda su vida en Providencia, doña Cándida ha vivido el paso de tres huracanes fuertes, pero el Iota fue el que realmente la marcó; no obstante, le da las gracias, ya que su casa se encontraba en mal estado antes del huracán, y no puede creer que el Gobierno le construyó una vivienda tan amplia y sólida.
“Gracias a Dios que llegó el huracán Iota a traerme esta casa grande y bonita”, dice, cambiando completamente la mirada sobre lo que fue una tragedia para muchos, pero que para ella se convirtió en la oportunidad para mejorar su calidad de vida.
Doña Cándida vive sola, aunque la casa de al lado es de su hijo, Humberto Steel, quien convive con su esposa e hijos. Una de sus nietas la acompaña a diario, pero no duerme en su casa. Ese es un privilegio reservado solo para ella.
Después del paso del huracán tuvo que ser trasladada a San Andrés, en donde pasó del 19 de noviembre de 2020 hasta el 26 de mayo de 2021. Tercamente, regresó a Providencia para velar por la construcción de su casa. Por este motivo vivió durante cuatro meses en una carpa junto a una de sus nietas.
“En San Andrés no estaba haciendo nada, así que volví a afanar por mi nueva casa”, dice con la boca tensionada, como si volviera a sentir la misma impotencia que experimentó en ese momento.
Ahora, en su casa nueva, pasa sus días sentada en el balcón “cogiendo fresco”, como lo dice ella, o en el cuarto, mirando televisión; sin embargo, asegura que volverá a hacer pudines en su nueva cocina y, si tiene la oportunidad de tener una máquina de coser nueva (la suya se la llevó el huracán), no dudará en volver a trabajar como costurera.
“Mientras pueda trabajar lo haré. En este momento quiero disfrutar de mi vida, ir a donde quiera, hacer lo que se me dé la gana. Voy a cocinar porque la gente necesita mis dulces. Voy a coser, porque todavía puedo hacerlo”, dice, dueña de su vida y con una libertad que cualquier otra persona envidiaría.
Doña Cándida recibe un subsidio por parte del Gobierno Nacional que le permite subsistir con comodidad.
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