Me remonto a 1822, cuando llegamos a formar parte de la Gran Colombia, y apoyamos unirnos a una nación. En ese año, hubo una adhesión de nuestro territorio al continente para apoyar, con nuestra invencible flota de barcos en las islas, la defensa de la Gran Colombia contra nuevas incursiones del gobierno español, tal como habíamos demostrado ser capaces. Era cuestión de forjar una unidad entre naciones y mantener la libertad de ellos.
El primero de agosto de 1834, Philip Beekman Livingston Jr. dividió la isla de Providencia en once sectores, y le entregó estos terrenos a once familias de esclavos que eran de su propiedad, dejando un ejemplo de lucha por la emancipación del pueblo raizal. Él acordó con todos sus esclavos que nunca deberían pagar impuestos y estaba completamente prohibido vender la tierra.
De aquí se entiende la lucha por la emancipación y por la libertad de los isleños, que fuimos liberados con la propiedad de nuestro territorio y esto nos distingue dentro de la gran identidad que tenemos con la comunidad afrocolombiana e indígena del país, alejándonos un poco del concepto que existe en la Ley 70 para las tierras y los territorios colectivos de las comunidades negras, en la que se titulan tierras a las comunidades, comparado con el pueblo raizal, quienes ya éramos propietarios de estas.
Quiero resaltar que lo que hoy es nuestra cultura es producto de las ansias territoriales y coloniales de poderes británicos, españoles, franceses, y holandeses; no podemos desconocer que hubo una lucha histórica por el territorio, contrastada con una convivencia pacífica.
Históricamente la lucha ha sido por un archipiélago con una ubicación estratégica, que incluso hoy, permite tener relaciones a Colombia con todo Centroamérica y el Caribe. Sin embargo, la historia ha estado llena de sinsabores.
Vimos desmembrar nuestros sueños libertadores y de autodeterminación con errores históricos de Colombia; vimos ceder a Panamá, por la influencia del gobierno norteamericano en la construcción del canal, después del abandono de Francia. No podemos desconocer que, históricamente, hemos sido objeto de conflicto y han querido apoderarse de este territorio.
Volviendo a nuestra historia, en 1822 nos adherimos a Colombia de forma libre y voluntaria —lo que quedó establecido en la constitución de Cúcuta de 1886—. Antes de este evento éramos una nación y fue hasta 1912 que, desde el Gobierno central, se convirtió al Archipiélago en intendencia, instituyendo una política de imposición de la cultura, lengua y religión del Estado.
Es en la Constitución de 1991, mediante el artículo 310, en donde se establecen las características especiales de las que goza Providencia. Cuando se solicita soberanía en el desarrollo de nuestro territorio o la participación raizal, lo que se está pidiendo es darle aplicación a este artículo, que dice que la Asamblea Departamental garantizará la expresión institucional de las comunidades de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.
Pero ¿cómo se logra esa expresión institucional cuando en la asamblea hay mayoría que no son raizales?, y nos entra el temor de que suceda lo que pasó en 1912 con San Andrés, cuando el Gobierno Nacional promovió la repoblación de la isla trasladando población de la costa Caribe colombiana.
Así, Providencia ha venido defendiendo sus derechos, por eso tenemos un modelo administrativo sui géneris y existen excepciones en materia de ingresos, subsidios; por eso no se paga IVA y hay limitación de circulación, tránsito, y control poblacional; por eso hay oficina y tarjeta del Occre; por eso fuimos pioneros en la construcción de un esquema de ordenamiento territorial bastante participativo, con el fin de evitar que ocurra en Providencia lo que pasó en San Andrés.
Por eso y por muchas otras razones, esperamos acciones para garantizar a la población la preservación de nuestra identidad raizal, que el Gobierno impulse políticas que protejan la identidad cultural y preserve el medio ambiente, que proteja nuestros recursos naturales, que haya una defensa por nuestra declaratoria de Reserva de la Biósfera.
Para terminar este escrito, deseo dejar un mensaje de optimismo, para que esta sea la oportunidad de un renacer de la isla, invitando a la reconciliación, y al respeto de los derechos constitucionales de la comunidad raizal, propendiendo la recuperación y proyección de una Providencia que cuenta con una riqueza natural, gastronómica, cultural y estratégica que la hace apetecible a otros países, pero que pertenece a Colombia.